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El bestiario socialista en tres actos. González, Rodríguez y Sánchez

El bestiario socialista en tres actos. González, Rodríguez y Sánchez
 

Tras las elecciones europeas, y más allá de las lecturas “avant la lettre” de cada partido político, hay un hecho incontestable y es que el Partido Socialista Obrero Español resiste a duras penas, pero resiste. Una resistencia pertinaz basada en la consunción de sus aliados políticos y en un proyecto personalista en el que Sánchez se sitúa como un tronco sobre el suelo, y sus afiliados y votantes son lo más parecido a los danzantes mexicanos y guatemaltecos que giran volando sujetos con una soga a lo alto del palo. La danza del Volador es conocida en Papantla como “Vuelo de los muertos”, denominación que viene como anillo al dedo al conjunto de gregarios que caerán del palo cuando el mesías del nuevo socialismo acabe sucumbiendo.

La pregunta que hay que formularse en todo caso es que hay detrás de esa movilización “pseudoplebiscitaria” en torno a Sánchez, más allá del fundamentalismo propio de la afección de pertenencia a un partido político. Prácticamente un tercio de los votantes de las elecciones europeas escogieron la papeleta de Sánchez y no es una cuestión baladí, habida cuenta de los múltiples frentes que eventualmente deberían cercenar su potencia electoral. Pues bien, todo empieza hace algunas décadas, cuando todavía no se había inventado la palabra “polarización” y el bipartidismo era una realidad inconcebible para el socialismo español.

Durante los primeros gobiernos de Felipe González, y mientras la rosa se marchitaba progresivamente entre las espinas diarias de la corrupción y de la arrogancia, el PSOE no necesitó en modo alguno apelar a la falta de legitimidad democrática de la derecha española, entre otras razones porque ganaban con una mayoría aplastante. Durante cerca de una década, la oposición para González se presentaba como un rival a medio vertebrar, con espasmos en su liderazgo, de modo que el presidente del Gobierno no tenía que trabajar una imagen ominosa del adversario, porque, sencillamente, todavía no daban la talla para ganar unas elecciones. Sin embargo, con una erosión intensa e irreversible, el PSOE inició en 1993 la primera campaña reactiva de la democracia contra su rival, convertido sobrevenidamente en enemigo social para España. Fue González, el que ahora disiente, el mismo que abrió una vía de política negativa que siguieron con mayor ahínco los mismos a los que ahora denosta. Comenzaba el primer acto de una tragedia de transformación de la derecha en una formación de “pasado inconfesable”, una amenaza real que podía conducir al regreso de un pasado que, según el credo socialista, ellos solos habían conseguido arrumbar. Basta recordar en la iconografía de aquellos días de 1993 aquella campaña auspiciada por González con un reloj que funcionaba con las agujas en sentido contrario, en sintonía con lo que pretendía que pareciese ser la derecha en España. Tres años más tarde, en 1996, llegó el célebre dóberman, en un momento de pánico cuando González presentía que el final estaba más cerca. González, por primera vez, utilizaba la dictadura como un elemento en la competición política.

El segundo acto del bestiario socialista lo escribe Rodríguez Zapatero. Si González, herido de muerte políticamente pero, ante todo, humillado en su orgullo narcisista, ya había utilizado recursos que fracturaban ciertos consensos de la transición, Rodríguez Zapatero acabó de desnivelar la mesa para romper definitivamente cualquier consenso previo. La centrifugación aguda del poder y la contemplación de que el socialismo español sólo resistiría en compañía de otros aliados, provocó que Rodríguez Zapatero se solazase con la nueva polarización. Y ya no solo era Franco sino que se remontó en el siglo XX para convertir a España en el primer país europeo con pasado imprevisible. Utilizó impunemente la Guerra Civil e ideó el concepto de “memoria histórica” que acabó no siendo ni memoria ni historia, pero que caló contundentemente en una gran parte de su electorado.

El tercer acto, ya sin ningún rubor intelectual, lo ha escrito e interpretado Sánchez. Una vez convertido el PSOE en una agregación de intereses individuales, al servicio de un proyecto personal, ha socavado todos los principios de un Estado de Derecho, donde el principio de legalidad ha cedido el paso al principio de oportunidad. Todo es posible en una sociedad parcialmente guiada por el soma de carismas de bajo consumo y con el control de ciertos medios de comunicación al servicio retribuido de un proyecto de conservación del poder. Esa conversión del partido en un agregado de intereses ha llevado a que el PSOE se halle ahora mismo en tierra de nadie, o mejor dicho en una “terra ignota”, en la que únicamente el arbitrio de su secretario general señalará la senda a seguir. Todo se basa en un discurso primitivo y binario de un mal presente y pasado representado por una derecha corrosiva, mientras Sánchez se presenta como un salvador. A su manera, libra una guerra civil imaginaria donde se establecen identidades victimarias y donde él se presenta, apegado a su pasado reconstruido y a su presente de superviviente, como un ser moralmente superior.

Sánchez manipula el pensamiento, sobre los temores infundados de una sociedad ahíta de formación, hasta configurar a la derecha como un monstruo que nos odia y que nos roba. Y del monstruo al miedo solo hay un paso. Umberto Eco hace uso de un fragmento de 1984 de George Orwell para ilustrar sobre el proceso intensivo de germinación del odio: «Un momento después se oyó un espantoso chirrido, como de una monstruosa máquina sin engrasar, ruido que procedía de la gran telepantalla situada al fondo de la habitación. Era un ruido que le hacía rechinar a uno los dientes y que ponía los pelos de punta. Había empezado el Odio. Como de costumbre, apareció en la pantalla el rostro de Emmanuel Goldstein, el Enemigo del Pueblo. Del público salieron aquí y allá fuerte silbidos. /…/ Los programas de Dos Minutos de Odio variaban cada día, pero en ninguno de ellos dejaba de ser Goldstein el protagonista. Era el traidor por excelencia. /…/ Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel sino, al contrario, que ea absolutamente imposible evitar la participación porque uno era arrastrado irremisiblemente».

Hemos llegado a un punto en el que, extraviado y sin salida, Sánchez puede llevar la nave a cualquier destino. Y allí hay dragones, como en el Globo de Hunt-Lenox, un mapa cartográfico en la Edad Media donde ser representaron por primera vez toda clase de monstruos marinos terroríficos, en las zonas desconocidas, que nunca habían sido surcadas por el hombre. Allí, como en el mapamundi de Fra Mauro, Sánchez dibujará, para alimentar el terror entre los suyos, serpientes de siete cabezas, trogloditas salvajes que corren por África, peces que perforan con sus púas los barcos en Noruega y hasta una isla de dragones. La derecha según Sánchez. Y lo peor de todo es que un tercio de la población se lo creerá porque le seguirá votando.

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