Todos tenemos derecho a pitar a Pedro Sánchez
Con este gobierno siempre hay que volver al origen de los tiempos y comenzar por explicar lo más obvio de cualquier asunto: organizarle una pitada a un presidente del gobierno, a cualquiera, es una de las expresiones más puras y sanas de todo sistema democrático. Es una manifestación de la libertad de expresión. El pueblo, la gente, las personas, los ciudadanos tienen perfecto derecho a salir a la calle a abuchear y a vituperar a un mandatario inepto, felón, sin escrúpulos o despótico, y éste tiene la obligación (y debería tener la virtud) democrática de aguantarse y aceptar la voz del pueblo.
Que Pedro Sánchez se queje como una plañidera de que la gente le va a pitar en el acto del día 12 de octubre no es solo patético sino que además es un termómetro de las escasas dotes democráticas del presidente. Que además organice el acto para impedir la pitada (prohibiendo en su proximidad la asistencia de público) es un síntoma de impotencia y de despotismo propio de Maria Antonieta. Si además convierte la pitada (en potencia, por ahora) es un arma política para meterse con la oposición, es directamente hacer el ridículo.
Pedro Sánchez atraviesa un momento complejo: la investidura se le está complicando más de lo previsto, sus socios de gobierno apoyan las masacres de Hamás, los demás estados europeos contemplan con verdadero espanto lo que está pasando en España con la negociación de la amnistía y la autodeterminación, y los aliados no dan crédito a que en España tengamos un gobierno muchos de cuyos miembros y socios se sitúan sistemáticamente con los enemigos de Occidente.
Todos tenemos derecho a pitar y a abuchear a este personaje y a otros.
La protesta, en este caso, no es solo una virtud sino una obligación democrática de primer orden.
¡Ciudadanos: A pitar!