Cuanto peor mejor
Había una vez un ególatra tan leninista tan leninista que llegó a pensar que lo mejor para él era que las elecciones las perdieran los suyos y volviera la derecha al poder.
Había una vez un leninista tan ególatra tan ególatra que emprendió una purga electoral para que sus acólitos y discípulos, que habían cobrado vida independiente, fueran derrotados.
Convencido de que solo así tendría alguna opción política en el futuro, y de que sería otra vez aclamado por nuevas multitudes que pedirían su vuelta al escenario, tramó una negociación imposible para impedir la reconciliación con los suyos.
Utilizó a la mujer inaceptable, a la que todo el mundo detestaba, como escudo para frustrar el acuerdo. O Irene o nada.
Al fin y al cabo, si sus antiguos aliados perdían las elecciones y sus viejos compinches fracasaban en el intento de la reunificación, la izquierda quedaría muy seriamente herida y desvalida, la derecha regresaría al poder y el pueblo, siempre el pueblo, volvería los ojos hacia él, la víctima de todos, el salvador a al espera. Cuanto peor, mejor, pensaba el intrigante.
Si el fascismo volvía, su tele crecería como la espuma. Èl crecería. El nuevo 15-M sería una pantalla. Él volvería. Y esbozó una sonrisa maligna entre los dientes…