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Editorial. Puigdemont sale al encuentro

Editorial. Puigdemont sale al encuentro

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Efectos de las elecciones del 23 de julio

Uno de los inesperados efectos de las calamitosas elecciones del 23 de julio es que ha vuelto a poner a Puigmedont en el centro del tablero político nacional y catalán. De él depende que Pedro Sánchez sea el presidente del gobierno de España los próximos cuatro años. Pero si el recuento del voto CERA (españoles residentes en el exterior) le da un escaño al PP y se lo quita al PSOE, entonces no bastaría con la mera abstención de los diputados de Puigdemont sino que se requeriría su voto afirmativo a Pedro Sánchez.

El escenario no puede ser más abracadabrante: por un lado, el presidente del gobierno ya ha enviado, a través de SUMAR, a un emisario para que se reúna con el fugitivo. Por otro lado, la fiscalía ha solicitado al Tribunal Supremo que active la orden detención y entrega de Puigdemont a las autoridades españolas para que sea encarcelado y juzgado por malversación de caudales públicos, mientras este pone sobre la mesa dos condiciones de imposible cumplimiento: amnistía (prohibida expresamente por la Constitución) y referéndum vinculante de autodeterminación (abiertamente inconstitucional). Ni un tribunal como el de Cándido Conde Pumpido puede salvar esos dos obstáculos.

¿Qué le puede ofrecer Pedro Sánchez a Puigdemont? Un referéndum no vinculante (artículo 92 de la Constitución) con la autodeterminación más o menos explicitada, y un indulto a futuro.

La vida en el «exilio» puede ser asumible (sobre todo si uno vive a cuerpo de rey, en una mansión, en una capital europea, con coche oficioso, secretarias bien dispuestas, séquito político y gastos de representación para disfrutar de la buena comida belga), pero ya es menos asumible la perspectiva de terminar en la cárcel mientras la ERC se queda con el liderazgo independentista.

La amenaza cierta de terminar entre rejas puede provocar otro movimiento de Puigdemont (tolerado por Pedro Sánchez): el «exilio» a Rusia, que no sería disparatado ni por los vínculos entre las partes ni por el alcance de la euro-orden, que no llega a San Petesburgo. Un cómodo exilio en país fuera del radar de la Unión Europea facilitaría un escenario de negociación entre el fugitivo y Sánchez.

La promesa de indulto es endemoniada, casi imposible. Primero porque para que haya indulto tiene que haber condena, y segundo porque una promesa es solo una promesa y en el caso de Sánchez es igual a cero.

Iremos viendo los movimientos. Por el momento, queda el recuento del voto exterior en Madrid. Si destino hace su juego, a Sánchez se le complica el suyo, porque no es lo mismo abstenerse que votar a favor.

Y luego están los intereses de ERC, que acaba de transferir siete diputados al PSOE y puede perder realmente el liderazgo del independentismo catalán si Puigdemont recupera protagonismo. La vuelta del fugitivo al eje de la política nacional y catalana es el final de Junqueras y los suyos. Y ellos también lo saben.

Estaba muy contento Pedro Sánchez la noche del domingo. Iremos viendo que pasa. 

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