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La brillante y esencial reflexión de Julio Ariza sobre la democracia y sus límites

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La palabra «democracia» parece estar impregnada de una especie de trauma, una suerte de magia que, en realidad, no tiene el poder de solucionar todos los problemas. Al final del día, la esencia de la democracia podría simplificarse, tal vez no todos estén de acuerdo, en la elección de gobernantes por parte de los gobernados. Este concepto puede presentar matices y manifestarse de diversas formas.

La democracia ha sido utilizada en contextos históricos que plantean cuestionamientos sobre su éxito y bondad como sistema. Fue llamada «democrática» en regímenes como el de la Alemania Oriental o la Unión Soviética, e incluso se aplicó el término a eventos como la elección de Hitler en 1933 o la elección de Barrabás en lugar de Jesucristo. Estos precedentes sugieren que la democracia no siempre garantiza el éxito ni la rectitud.

Julio Ariza expone un punto de vista claro: la democracia carece de contenido si no reconoce que hay asuntos en los que la mayoría no debería tener voz. En cuestiones fundamentales, como la defensa de la vida humana o la adjudicación de derechos inherentes al ser humano, la mayoría no puede decidir simplemente por su número. Si no se garantiza una opinión pública plural y libre en su funcionamiento, la democracia se convierte en un instrumento utilizado por las élites para controlar a las minorías. Advierte que la democracia, lejos de ser taumatúrgica (mágica), debe reconocer sus límites. No puede decidir sobre derechos fundamentales, como el derecho de la familia a educar a sus hijos, el derecho a nacer, o ciertos aspectos que algunas democracias modernas han considerado dentro de su ámbito de decisión. Al perder estos límites, los derechos fundamentales de las personas se vuelven secundarios e instrumentales para la propia democracia.

Es esencial conocer esta reflexión que hoy nos trae Ariza para continuar el diálogo sobre la democracia. Si no se acepta esta premisa, es difícil mantener un debate constructivo. El orador sugiere que, de no aceptar estos límites, se podría estar viviendo en una sociedad donde una mayoría manipulada controla férreamente a las minorías reflexivas, activas e inteligentes, creando así una suerte de «aristocracia» en un sentido amplio.

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