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De las lenguas y las tribus

De las lenguas y las tribus
La presidenta del Congreso, la socialista balear Francina Armengol, sentada en su puesto de la Cámara Baja en la sesión constitutiva de las Cortes Generales de la XV Legislatura, este jueves en Madrid. EFE/ Juan Carlos Hidalgo

Ya no cuela

Oh, sí, la izquierda oficial ha abandonado casi oficialmente a la clase trabajadora, sus intereses, sus pompas y sus obras. Ya es sabido, como también lo es que, para compensarlo, ha conseguido al fin que la mitad de España viva de la otra mitad, quedándome corto. Eso y la fidelidad ancestral a las viejas siglas les asegura la permanencia, quién sabe por cuánto tiempo.

Pero es como si no les valiera ignorar lo que le importa a la gente, a esta gente, marca registrada, que en la jerga podemita pasó a sustituir al cansino ‘pueblo’, al baqueteado pueblo. No: hay que burlarse de él. Debe darles un subidón, no sé, saberles tan colgados, tan impotentes, y ellos tan arriba. Por eso lo de las lenguas en el Congreso.

No es que no tenga ni pies ni cabeza la cosa, que por supuesto: es que cuesta, es que desune, es que da la medida de lo que esta caterva considera importante.

Entiéndanme, por favor: no es que piense que las lenguas no tengan importancia. No soy siquiera de ese orden liberal y pragmático que insisten en que “las lenguas están para comunicarse” y que ojalá habláramos todos en inglés y nos dejáramos de historias. Yo no quiero eso ni con el español.

Amo las lenguas, y entiendo que, a más de servir, principalmente, para comunicarnos, también son parte de lo que nos hace y de lo que somos. Entiendo que los estonios no abandonen en masa el estonio, pese a la nula posibilidad de que el conocimiento del estonio vaya a abrirles muchas puertas en el nuevo mercado global. No, es que el estonio es una de las muchas cosas, de las que más, que les hacen estonios. Hacen bien.

Como hace bien un catalán en mantener esa lengua que oyó en la cuna, o el vasco que asocia las palabras del euskera con lo familiar y cercano. Pero es que aquí no hablamos de eso, es que hace mucho tiempo que no se trata de eso, si alguna vez se trató, que lo dudo.

Es que el euskera se está metiendo a capón, aprendido por dos o tres lehendakaris con clases particulares en la edad adulta. Es que si hablamos del lenguaje materno del pueblo, es abrumadoramente el castellano en Vasconia y en algo más de la mitad de la población en Cataluña. Es que no se trata de no prohibir, de dejar fluir, sino de imponer, de hacer de lo más natural un diseño armamentístico artificial, modelado a golpe de decreto.

Y en el Congreso se habla español porque es el idioma de España, es decir, es también idioma de quienes tienen otro idioma local. No sé, no es tan difícil, es el que entendemos todos porque, entre otras cosas, la Constitución impone el deber de conocerlo.

Pero es una buena metáfora, al fin, que esos “instrumentos de comunicación” se conviertan en armas de incomunicación, en barreras. Es bueno, visualmente (auditivamente), que se advierta hasta qué punto el poder tiene interés en dividirnos, en que no nos entendamos, en que se vea que, al final, las sardinas van siendo pocas y todo va de arrimarla a nuestra brasa tribal.

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