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Gesto y rito, por Antonio Troncoso de Castro

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Ortega y Gasset, en uno de sus ensayos sobre el gesto y la estética en la vida de la sociedad y los usos sociales, insiste en la importancia y trascendencia del gesto como manifestación de equilibrio personal, control emocional y estético, liturgia de la corrección y buena educación, imprescindibles para la convivencia humana civilizada. Por el contrario, cuando en las relaciones sociales esos comportamientos están ausentes, se retrocede al primitivismo, a los bajos instintos, a la barbarie enemiga de la paz social y del respeto exigido en las relaciones humanas, elemento sustancial de civilidad.

Los recientes acontecimientos vividos en el Reino Unido [una sociedad desarrollada  en todos los ámbitos, que, cuando la conoces, percibes claramente] con el ceremonial anglicano y palaciego en la coronación del Rey Carlos III han dado al mundo  una lección de organización, respeto a las instituciones, civismo  y  amor a la tradición, que, a pesar de algunas apariencias superficiales, siguen nutriendo la fortaleza humana de la Gran Bretaña  y  constituye un ejemplo ante otras naciones, entre ellas, España,  donde la chabacanería de los políticos y de las personas públicas, algunas veces la blasfemia, lo soez y lo grosero ante cualquier  acontecimiento o  institución,  forman parte, tristemente,  de la vida cotidiana.

Volviendo al Reino Unido, además del protocolo de la propia coronación, el desfile y parada militar subsiguiente y el orden cerrado impecable exibido en el manejo de las unidades,  constituyó, “iten más”,  una demostración de la instrucción  de sus Ejércitos y su preparación para la guerra, fin último que justifica su existencia.

Liturgia institucional con motivo de la Coronación del nuevo Rey, que no es excepción en la vida política de la Gran Bretaña, y que está dentro de la tradición que los ingleses manifiestan en los más importantes recuerdos históricos del Reino, especialmente aquellos relacionadas o que tienen su raíz en la Corona o acontecimientos de índole militar.  Porque así son los habitantes del Reino Unido y así se manifiestan. 

Por contraste, en España, ese mismo día, se jugaba la final de la  Copa del Rey de futbol, con presencia real, donde ofrecimos, una vez más,   uno de esos espectáculos de falta de civismo y  barbarie, de odio hacia  España,  inexplicable en este momento histórico  y para cualquier persona de buena voluntad, protagonizado por hordas salvajes “euscoetarras”,  manchadas de sangre, contra uno de nuestros símbolos más sagrados: el himno nacional. Agresión tolerada por las autoridades presentes, e, inexplicablemente, con la “tancletaria” presencia del propio Rey, Capitán General del Ejército, en cuyo salario o paga, figura, en primer lugar, la defensa de la dignidad nacional, médula de nuestro ser como nación, y que, ante esta agresión  y pasividad de los militares que le acompañaban,  de  políticos de todo fuste y representación, de vividores directivos institucionales, debió de ordenar  las medidas  neutralizadoras de dicho salvajismo,  incluso, la suspensión del acto o ausentarse de la tribuna hasta que cesara la cafrería  promovida por una ideología criminal que tanto daño ha hecho a España. Y si bien los legalistas de turno, argumenten que el Rey, fuera del protocolo establecido, carece de autoridad operativa para tomar decisión alguna sobre el desarrollo de dicho acto, además de que por su condición de Capitán General venía obligado por la Ordenanza a restablecer la civilidad por los cauces racionales  a su alcance,  nada ni nadie le puede exigir su presencia en un acontecimiento donde, a la vista de millones de espectadores, se insulta a España y a sus símbolos y se deteriora la imagen institucional de la máxima autoridad del Reino,   aunque algunos jueces, con síndrome de “cobardía”, pretendan justificar dichas agresiones bajo la cobertura y cantinela  de la “libertad de expresión”.

Y desde una visión pedagógica y testimonial, la actitud que denunciamos, además de su indignidad, supone una gran torpeza, porque a los agresores no se les atrae con dicha conducta de permisividad, al contrario, se crecen en su odio hacia España,  y la Corona corre el riesgo de perder, o cuando menos, deteriorar el afecto que se le profesa, no tanto a su persona, como a la Institución que encarna, por históricas razones de conveniencia nacional, salvo, como sospechamos, que esta situación y actitud venga impuesta, sea un episodio más en el proyecto de destrucción de España, promovido y alentado por una política  “chequista/revolucionaria que se nos impone  cada día y cuya primera manifestación tuvo su inicio en el bochornoso y aldeano espectáculo de los Ministros jurando o prometiendo sus cargos ante el Rey, sin cumplir, tan siquiera, con las elementales  normas de la cortesía institucional que el cargo imponía, aneja a la paga que cobran, y, que sepamos, nadie ha renunciado a ella.

No cabe duda, que ante esta agresión a España, la defensa del honor de la Nación, “prima facie”, correspondía al Gobierno, obligado por ley y compromiso voluntariamente aceptado, pero ante esta dejación del deber,  las autoridades presentes en dicho acto venían obligadas, y en el caso de los militares de manera especial, so riesgo de incurrir en delito o falta grave,  y el Rey el primero, como Capitán General de los Ejércitos de España y el “peso de la púrpura” [que diría un clásico del periodismo hispano]  a impedir, o, cuando menos, ausentarse de la tribuna hasta que cesara la jauría. Todo por dignidad, por decoro y por exigencia irrenunciable del juramento prestado en su día.

Además de la indignidad que esta actitud  cobarde supone a cualquier político con un mínimo de decoro y decencia, estamos ante un absurdo que merece ser denunciado. Si estos valientes anónimos no quieren saber nada de España y del Rey, no se sienten españoles, ¿por qué jugaban el partido que sabían presidiría su Majestad, y, cuyo trofeo, de ganarlo, sería entregado por el propio Rey?. ¿Por que participan en competiciones deportivas españolas, beneficiándose de la cobertura que ofrece el Estado, sus medios y su estructura federativa?  ¿ Por que se acogen, como históricamente ha sucedido con sus homónimos  vascongados, a las ventajas  que España les ofrece en todo orden de situaciones, tanto económicas como de otro contenido?. Preguntas que dejamos para este pueblo adormecido, que, quiera Dios, no despierte un día en medio de la barbarie o de la ruina.

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