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Un puñado de polvo

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Henry Kissinger: Un puñado de polvo

De todas las tentaciones al exceso que componen la herencia de la carne, la ambición política, la ‘libido dominandi’, es quizá la que más se acerca a la trampa original del Paraíso: “Seréis como Dios”.

Nada más embriagador que el “hágase”, a leguas de altura sobre los pobres humanos que no sospechan que para ti son como hormigas, cuyo curso vas a cambiar con un golpe que no esperan; saber que un capricho tuyo cambiará el destino de miles, quizá cientos de miles o millones de desconocidos, decidiendo sobre la vida y la muerte de los otros.

Así debe de sentirse Soros. Así, probablemente, se sintió buena parte de su vida centenaria el por fin difunto Kissinger. Hay numerosos expertos que han calculado con esperanzas de precisión las víctimas directas de sus políticas, los muertos de las guerras por las que presionó. Más difícil sería estimar cuántos no han llegado a nacer por las políticas maltusianas inspiradas en su célebre informe.

Y, sin embargo. Este dios menor no pudo elevar un codo su estatura, ni librarse de la degeneración física y, finalmente, la muerte, aunque fuera a los cien años, que no son nada. Y toda ambición humana se parece en ese a una persona torre de Babel, siempre inconclusa, porque ese es el fin de toda carne, y porque el influyente y poderoso Henry Kissinger ha iniciado ya el proceso que acaba en un puñado de polvo.

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