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Editorial. Irene Montero: «Terror en el hipermercado, horror en el ultramarinos»

Editorial. Irene Montero: "Terror en el hipermercado, horror en el ultramarinos"
EFE/Daniel González

Dejar el ministerio

No. No es que Irene Montero, tras abandonar el Ministerio de Igualdad, vaya a reincorporarse a su puesto de trabajo como cajera de una gran superficie, y que estén las compañeras de trabajo, los mozos, los encargados de línea, los jefes de planta, los clientes, los proveedores, temblando todos ellos de pánico ante el regreso de la superdrástica Irene. No es eso.

No es que la señora de Iglesias ya no vaya a poder enviar a la niñera-escolta a hacerle la compra al híper. Como diría María Jiménez, todo es “Se acabó”.

El horror del ultramarinos de la esquina (la ex ministra ya no vive en Galapagar) y del supermercado de cincuenta metros más allá de su casa se ha desatado porque que Irene Montero amenaza con hacer “una vida normal”, ya se sabe, dedicarse un poco más de tiempo a sí misma, aburrirse en el salón de su casa dándole compulsivamente al mando a distancia y comprando desordenadamente cachivaches en Amazon, hablar por el móvil sin descanso recordando las viejas pompas oficiales (jo tía, qué  fuerte el ministerio) y -esto es lo crítico- bajar al barrio a dar un garbeo por los escaparates de media legua a la redonda e incluso ir a comprar productos megaorgánicos al súper.

Y ahí te quiero ver.  Y no porque no haya peor cuña que la de la misma madera, y no porque ella vaya a maltratar a sus viejas comadres y compadres (me has cobrado cinco céntimos de más, fascista), claro que no, sino porque al personal de seguridad del supermercado, al segurata de toda la vida le va a costar contener a las señoras, señores y señoros que osen insultar a la ex o reprocharle de viva voz y en directo su deplorable gestión, el derroche económico, el sectarismo bárbaro, el abuso, la estupidez, la cara dura, la banalidad, la nada.

La vuelta de estos personajes a la vida normal -si es que vuelven, si es que no emigran allá donde nadie las reconozca por la calle, si no salen huyendo en fuga irrevocable hacia el Parlamento Europeo o si no las coloca la bruja piruja de Yolanda Díaz en Naciones Unidas- la vuelta será una perdurable traca de ese mismo “jarabe democrático” que ellas, ellos y elles repartieron por doquier. Quien siembra vientos recoge tempestades.

El terror en el hipermercado será tristemente el que padezca ella, porque el miedo, como pregonaba el esposo a los siete vientos de aquellos años mozos del asalto a los cielos, habrá cambiado de rostro, y todo será ya un decadente descenso a los infiernos. Y ahora, como somos buenas personas, nos da pena, la pobre.

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