La derrota del separatismo catalán
Uno de los datos más importantes del resultado electoral del 23 de julio es el aparente cambio de paradigma político en Cataluña. El resultado es digno de ser analizado y supone, a primera vista, una derrota del secesionismo y del llamado procés catalán, ma non troppo. Para llegar a alguna conclusión hay comparar estos resultados con los de 2019, tanto en niveles de participación como en resultado de sufragios.
Una participación similar
La participación ha sido muy similar. Mientras en 2019 votaron 3.849.213 catalanes, ahora lo han hecho 3.547.922, de tal manera que la participación ha pasado del 68.55% al 65.42%. Una subida de la abstención de un 3% no es políticamente significativa y puede ser explicada en el marco de unas elecciones convocadas en plenas vacaciones de verano.
En consecuencia, la abstención se puede repartir de manera más o menos proporcional entre las distintas fuerzas políticas, y también entre secesionistas y no secesionistas, lo cual es altamente significativo a la vista del resultado electoral y del trasvase de votos que ha tenido lugar en Cataluña.
No se puede afirmar con un mínimo de fundamento que los independentistas hayan perdido terreno por la abstención, sino por el giro de lo electores y el corrimiento del voto, como veremos a continuación.
Resultado en número y porcentaje de votos
En cuanto al resultado del escrutinio, se ha producido un importante fuga de votos de los partidos independentistas (JxCAT-JUNTS y ERC) hacia partidos que no lo son (PSC, SUMAR, PP, VOX)
El bloque del procés ha perdido 700.000 votos desde 2019 y nueve escaños respecto a los 23 que, en conjunto, poseían en el Congreso de los Diputados. Esquerra Republicana tenía 13 escaños y pasa a 7 (pierde 6), Junts per Catalunya tenía 8 y obtiene 7 (pierde 1) y la CUP tenía 2 y ha pasado a cero. La debacle es, por tanto muy significativa, y es una de las pocas buenas noticias del resultado electoral. Los independentistas están en clara recesión y el procés se encuentra en este momento en una fase de agotamiento y desmovilización.
Visto con perspectiva, en 2019 los partidos del procés sumaron el 42,6% de los votos, mientras que ayer, apenas cuatro años después, ERC, la CUP y JUNTS se quedaron en el 27%.
ERC, uno de los grandes promotores del procés ha sido el más duramente castigado y es el más afectado por la derrota electoral, hasta el punto de hber perdido la hegemonía política en Cataluña. Dato este que no se ha querido poner de manifiesto por sus protagonistas ni por sus socios de Frente Popular. Ya en las municipales de 28 de mayo de 2023 la ERC perdió 300.000 sufragios. Ahora, el ínclito Gabriel Rufián, que tendrá que ir pensando en marchar con la impresora a otra parte, ha perdido 412.000 votos respecto de las generales de 2019. La mitad de sus electores le han abandonado.
También es significativo el puesto que han pasado a ocupar los independentistas en el ránking de los partidos catalanes. En número de votos, ERC queda relegado al cuarto puesto y Junts al quinto, ambos por detrás del PP, que resulta tercero, después del PSC (primero) y Sumar (que concurría con En Comú Podem y mantiene el segundo puesto y el mismo número de votos de 2019).
En definitiva, los catalanes están abandonando a marchas forzadas a los artífices del trauma independentista; aquellos enloquecidos que lo pusieron irresponsablemente en marcha en 2012 con enorme daño reputacional para Cataluña, fuga de empresas, fractura social y caída de todos los indicadores de bienestar.
El gran beneficiario del giro social en Cataluña ha sido el PSC, que pasa de 13 a 19 escaños y de 462.883 votos a 874.859, con un claro traspaso de votos de ERC y de Junts.
El PP obtiene una notable mejora, pues sube de 2 a 6 escaños, doble su numero de votos de 287.714 a 469.117 (un 13,34%) y adelanta en el ránking a todos los partidos independentistas. Vox, por su lado, mantiene sus dos escaños pero logra un incremento de 30.000 votos más (7.76%).
Consecuencias
¿Cuál es la conclusión? Si en este momento de la política catalana el PSC tuviera voluntad y convicción habría mimbres más que suficientes para desmontar institucionalmente el procés y retomar la senda de la normalidad democrática y de la convivencia política. Pero no hay demasiada esperanza de que esto ocurra, sino todo lo contrario. Pedro Sánchez ya ha mandado a sus emisarios a hablar con Puigdemont, a negociar el pacto que salve al secesionismo de su derrota final. Es lo que viene haciendo el PSOE desde 2004, cuando decidió que la manera de darle la puntilla a ETA era pactar con ella, resucitarla políticamente y conducirla al poder.
Algo parecido parece que puede ocurrir en Cataluña y todo apunta a que Pedro Sánchez acudirá al auxilio de los separatistas para garantizarse el sillón: los grandes derrotados del procés se dirigen a obtener del presidente en funciones, a cambio de su investidura, las reivindicaciones por las que llevaron a Cataluña al colapso y a España a una de sus mayores crisis sociales e institucionales: amnistía y autodeterminación. Las dos son abiertamente inconstitucionales. Sin embargo, los emisarios de Sánchez estás ya trabajando en algún tipo de fraude de ley –fraude de Constitución– que las haga posibles. Quizás un referéndum no vinculante y un enorme rosario de indultos para los –dicen- cerca de cuatro mil imputados del procés.