X

Sultanismo. Un método para el ejercicio del poder. Por Luis Sánchez-Merlo

En esta noticia se habla de :

Sultanismo. Un método para el ejercicio del poder

Por Luis Sánchez-Merlo

(Modo de gobierno que se caracteriza por la presencia personal del gobernante en todas las instancias de poder; con individuos, grupos e instituciones, sujetos permanentemente a suimpredecible e imperiosa intervención, y, en consecuencia, todo pluralismo es precario)

……

Turquía (86 millones de habitantes) afronta las elecciones del 14 de mayo con inevitable intranquilidad por las calamidades que concurren. La carrera presidencial se ha centrado en el estado de la democracia turca, sobre el telón de fondo de la crisis económica y el terremoto del 6 de febrero.

La campaña electoral trata de atraer a los votantes con el bombardeo diario de promesas y «buenas noticias»: inauguración de la primera central nuclear del país—aún a medio construir— y anuncio de la muerte del líder del Estado Islámico. Como música de fondo, el rugido de aviones de combate, como demostración de fuerza militar.

EL SULTÁN. Recep Tayyip Erdogan (69 años) nació y creció en un barrio humilde de Estambul a orillas del Bósforo, en el seno de una familia de emigrantes del mar Negro.

El presidente turco —un pragmático populista al que le gusta nadar entre dos aguas— sigue siendo muy popular, cuenta con una amplia y leal base de partidarios y mantener el bastón de mando desde hace 20 años (superando a Ataturk, fundador de la república turca moderna).

Llegó al poder prometiendo gobernanza y seguridad. Su gobierno se embarcó en un frenesí constructor, que sobrealimentó la economía turca, triplicando su PIB entre 2003 y 2013. Ahora, el terremoto ha aflorado la corrupción y los chanchullos del ‘boom’ inmobiliario, cuando la economía turca crecía al 7% anual.

Bajo su mandato, el papel de Turquía —como potencia regional e internacional—creció sustancialmente, al tiempo que se iba produciendo un distanciamiento progresivo de Occidente, del laicismo y de la democracia.

Erdogan afronta las elecciones más decisivas de su carrera en el peor momento posible y su futuro político está en juego, aunque se parapeta hábilmente, negando las acusaciones de la oposición “que solo miente y difunde calumnias para mancillar al Gobierno”, a la que intentó sorprender, sin éxito, con un adelanto electoral.

Su pacto con la sociedad turca —prosperidad, buen gobierno, prestigio mundial— está en ruinas, por la desastrosa respuesta al terremoto, 46.000 muertos e innumerables familias sin hogar.

Las víctimas permanecieron días bajo los escombros, el Estado no apareció y el rescate del Gobierno llegó demasiado tarde o no llegó en absoluto. La falta de movilización del Ejército, al que lleva purgando, desde el controvertido y nunca aclarado golpe de Estado fallido de 2016, y los retrasos en la llegada de la ayuda humanitaria, han desvanecido el viento a favor que siempre le ha acompañado.

El seísmo no ha sacudido solamente a la economía del país (según el Banco Mundial, los daños físicos han sido 34.200 millones de dólares, el 4% del PIB del país). Ha afectado a la fe del pueblo turco en su gobierno y ha socavado la imagen —de hombre fuerte— del sultán, ya lastimada por una corrupta gobernanza y la decadente indiferencia de la élite, que condujo a la derrota del establishment laico y nacionalista, ostentadores del poder desde la fundación del Estado turco.

La economía —su talón de Aquiles— no levanta cabeza, pero el sultanismo, incansable, ha desplegado medidas populistas de apaciguamiento económico con las que cortejar a los votantes y compensar los desajustes de una inflación galopante (42,5% rondará, de media, este año), el desplome de la lira (moneda local) y la falta de divisas en el Banco Central para afrontar la deuda.

La incesante oleada de gasto público incluye: desgravaciones fiscales; préstamos hipotecarios baratos; subvenciones energéticas; promesas de no aumentar peajes de carreteras y puentes; bajada de tipos para favorecer producción y consumo; subida del salario mínimo; anticipo de la jubilación a dos millones de personas más; promesa de cientos de miles de viviendas públicas; préstamos baratos y rebaja de la edad de jubilación. A las víctimas del terremoto les dará 10.000 liras (casi 500 euros). El Tesoro Público no tiene recursos para tantos gastos, pero ahora lo único que importa es ganar como sea.

En ocasiones anteriores, el sultán podía hacer campaña basándose en la bonanza económica, pero años de medidas poco ortodoxas han contribuido a una espiral de crisis del coste de la vida que le costará votos.

LA OPOSICIÓN. Kemal Kiliçdaroglu (1948), el ‘Ghandi turco’, —líder del Partido Republicano del Pueblo ha sido el elegido para encabezar la Alianza de la Nación, una coalición sin precedentes, formada por seis partidos —la «Mesa de los Seis”— que han criticado la rápida acumulación de poder, la represión de la disidencia política y prometido devolver al país su sistema parlamentario y descentralizar el poder.

Antiguo funcionario y carisma escaso, se le considera incorruptible, aunque no ceja el escepticismo sobre su capacidad para imponerse a Erdogan, frente al que ha perdido en nueve ocasiones. Ha prometido hacer frente a la crisis del coste de la vida, proteger la igualdad de género y dar prioridad al Estado de derecho mediante la reforma del poder judicial.

Una victoria le obligaría a enfrentarse a intereses contrapuestos dentro de su alianza, que incluye a nacionalistas, islamistas, laicos y liberales.

El alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu (1970) —laico, social demócrata y estrella política en ascenso, al que las encuestas favorecen— hubiera sido la mayor amenaza para Erdogan, si no se hubiera encargado de neutralizarlo.

Condenado, en un juicio políticamente motivado, a dos años de prisión por insultar a funcionarios públicos; si se confirma la sentencia —pendiente de recurso ante el Supremo— se enfrenta a la prohibición de ejercer cargos públicos. La causa judicial le ha llevado a declinar su participación.

El Partido Democrático Popular (seis millones de votos) cuyo líder, kurdo, Selahattin Demirtas (1973), languidece en prisión. no forma parte de la Alianza Nacional.

ESTADO DE DERECHO. El referéndum de 2017 cambió el régimen de gobierno de Turquía, al sustituir el sistema parlamentario por un ejecutivo fuerte (mayor control sobre el poder judicial y legislativo), abolir el cargo de primer ministro y otorgar a Erdogan la autoridad para promulgar decretos sin aprobación parlamentaria.

Turquía, ‘en sentido estricto’,  no es un Estado de derecho. Sin opinión pública ni justicia independientes, con la represión de una conspiración golpista en 2016, que llenó las cárceles de disidentes: se ha ido arruinando la soberanía de las instituciones; se ha puesto en jaque a la prensa independiente, con el asfixiante control de los medios de comunicación; se ha reprimido a grupos de la sociedad civil; perseguido a oponentes políticos y doblegado al poder judicial. Sultanismo.

El déficit de libertad y democracia, la afluencia de refugiados (con el nacionalismo en alza, Turquía se ha vuelto contra los migrantes que antes acogía) y el aumento de la violencia contra las mujeres, encabezan otras preocupaciones del país.

AMNISTÍA. Tras el terremoto de 1999 en Izmir —la ciudad más poblada del país— Erdogan llegó al poder en 2004. Desde entonces ha ido basculando hacia el autoritarismo más personalista, además de haber tolerado la corrupción de su clan.

En 2018, concedió una «amnistía de zonificación”, lo que no dejaba de ser un soplo de año electoral, a los edificios que no cumplían con los estrictos requisitos del código. Empresas y promotores que habían violado las normas de construcción -sin licencia- de plantas, balcones y terrazas y contra terremotos, pudieron regularizar sus obras pagando una multa.

Las catástrofes cambian la trayectoria de la historia de forma repentina e inesperada pero derrotarle no será fácil, al seguir controlando los resortes del poder. Tenía el viento a favor para sacar un buen resultado en las presidenciales del domingo pero ha quedado muy debilitado por el terremoto.

Siempre resulta arriesgado avanzar resultados, pero la penuria económica y la oleada de indignación por el incumplimiento de las promesas de una rápida reconstrucción, no logran serenar un enfado in crescendo.

El domingo, un candidato a la presidencia debe obtener más del 50% de los votos para ganar. Si Erdogan y Kilicdaroglu no lo alcanzan —lo que, según los sondeos, es probable— se enfrentarán a una segunda vuelta el 28 de mayo.

Un adagio oriental dice: “El pescado se pudre por la cabeza”.

Vamos viendo…

Luis Sánchez-Merlo

El bulletin

Del ToroTv

Suscríbete y disfruta en primicia de todos nuestros contenidos