El mensaje es unánime y urgente, como suelen serlo todos últimamente en esta orgía de unanimidades que es el moderno Occidente: tenemos que prepararnos para la guerra. No hay otra, nuestra civilización está en juego, nuestros valores están en peligro.
No sé si este toque de trompeta va a funcionar, cuando llevan décadas adiestrándonos en sentido contrario. Ya no es solo que hasta el europeo más condicionado psicológicamente tiene que experimentar cierto cortocircuito mental para aceptar al mismo tiempo que las fronteras de su país son absurdas líneas convencionales que nada significan y que deberían desaparecer, pero las de Ucrania son sacrosantas.
O que defender al que, hasta la invasión, los medios calificaban como el país más corrupto de Europa, un régimen nacido de un golpe de Estado contra un presidente electo en el que el jefe de la oposición está en la cárcel, se han cerrado todos los medios críticos e ilegalizado once partidos es defender la democracia y la libertad.
O que la Europa que adora a Moloc, con su intención de codificar el aborto como derecho, y que levanta la bandera arcoiris sobre las nacionales, es una patria digna de morir por ella.
O que combatir a muerte a las órdenes de unos líderes que están haciendo lo imposible por diluir nuestra población con otra culturalmente remota e importada se le hace muy cuesta arriba a cualquiera.
Es todo eso, sí, pero no solo. Está también que el de guerrero es un perfil muy particular. Es, de entrada, masculino, de una masculinidad sin desconstruir. Y de eso no nos queda, porque llevan demasiado tiempo enseñándonos que eso es lo peor. Que el único varón bueno es el castrado, siquiera psicológicamente.
De tanto parlotear de Patriots se nos ha olvidado el patriota, especie en extinción; de tanto hablar de drones e inteligencia artificial y otros brillantes juguetes de la guerra moderna han pasado por alto que, al final, tiene que haber unos tipos que planten una bandera en la cota. Y ese es el material que falta, y no se va a reconstruir con la facilidad con que se da la orden de fuego.