28 de junio, Día Internacional del Orgullo LGTBI. Una fecha que nace para reafirmar el sentimiento de orgullo sobre las orientaciones sexuales que en su momento fueron marginadas y oprimidas, para visibilizar su sociedad pero que en los últimos años ha derivado en un botellón del destape.
Activismo exhibicionista, de escándalo público y corrupción de menores. Procesiones ofensivas en las que es habitual ver los ataques a los cristianos, las referencias a Satán y la intención manifiesta de corromper a nuestros niños. El Orgullo se ha transformado en soberbia, en un sentimiento de superioridad moral que desprecia a todo aquel que difiera de la línea oficial influenciada por la corrección política y las modas.
La satisfacción de la minoría como respuesta al totalitarismo reflejado en logos y banderas que inundan las calles, los comercios y las instituciones públicas. Unas administraciones que han financiado unas causas que ni siquiera representan a todos los homosexuales o lesbianas. Una parte de la sociedad civil ante la que no existe ni odio, ni homofobia ni ninguna otra ola reaccionaria ni carca. Hemos construido una sociedad libre en la que cualquiera puede estar con quien quiera a diferencia de lo que ocurre en otros países en los que se castiga con pena de muerte el estar con una persona del mismo sexo.
Ante esos estados totalitarios que sí atacan a las minorías, impera el silencio de los que imponen como moda ser trans. El Orgullo impone una identidad a través de un lobby que se llena los bolsillos. Una cosa es defender las causas lógicas y la libertad y otra muy distinta la ingeniería social de invertir valores. Está claro que la libertad de expresión no pasa por su mejor momento. Y ante esto, tampoco, ni un paso atrás. España no es un país de opresores frente a oprimidos.