Las libertades homosexuales brotaron en el seno de las sociedades liberales (algo que por cierto nunca agradeció el colectivo LGBTIQ+) y no obtuvieron la libertad en los regazos marxistas que antaño los señalaban con desdén. Fue por ejemplo en la liberal San Francisco donde comenzó a amanecer su dignidad. Pero la izquierda, que ayer perseguía a los homosexuales, hoy se disfraza de su defensora bajo el ropaje de las políticas identitarias y los grupos de víctimas.
Pero algo se ha vuelto nuevamente a cambiar. Hoy, muchos homosexuales comienzan a mirar hacia la derecha por una intuición básica: la necesidad de sentirse seguros en las calles.
¿Qué ha ocurrido? La respuesta no admite florituras: si la izquierda promueve una inmigración masiva desde contextos islámicos —Pakistán, Marruecos, el África musulmana— sin exigir integración cultural, ciertos colectivos comienzan a sentir que pierden el terreno ganado. Aparecen las miradas torvas, los insultos velados, las esquinas donde ya no se pueden besar. La libertad, esa misma que costó décadas conquistar, empieza a erosionarse en los detalles más cotidianos.
La historia lo advierte: en los siglos previos al Islam, la literatura árabe hablaba del amor entre hombres con una ternura lírica. Con la expansión del islamismo normativo, ese lenguaje fue sepultado por la jurisprudencia. En Irán, Arabia Saudí, Sudán o Yemen, la homosexualidad se paga con la muerte. En Qatar, con años de cárcel. Hay registros de lapidaciones, de policías infiltrados, de redadas silenciosas en apartamentos sospechosos.
No es una amenaza abstracta: ya en España, el eco de esas actitudes empieza a sentirse. Las noticias de agresiones se suceden. En barrios antaño seguros como Chueca, se oyen voces que incitan al asesinato. Y la pregunta se impone con fuerza: ¿qué ocurre cuando quienes crecieron con el código de la represión cruzan la frontera sin haberlo desmontado?
La izquierda, atrapada entre su afán humanitario y su ceguera cultural, no acierta a articular una respuesta. Y algunos homosexuales, conscientes de que ya no pueden caminar de la mano sin temor, empiezan a virar el voto por pura supervivencia. Porque lo que temen no solo es perder derechos jurídicos, sino volver a sentirse intrusos en su propia tierra. Volver al armario, pero esta vez, en nombre de la tolerancia.