Dando un paseo por Barcelona, me costó más de una hora encontrar un bar de toda la vida que tuviera un pincho de tortilla; todas las tiendas eran halal de musulmanes paquistaníes, marroquíes, etc. Ya saben ustedes que el nombre más frecuente entre los niños nacidos en Cataluña es Mohamed, una noticia que llegó con alegría renovada a muchos rincones del islam.
Pero no es algo que ocurra solo en las grandes ciudades. Vivo en una ciudad castellana de provincias y, en mi barrio, la mitad de las tiendas son halal. Para más ejemplos, mi hijo pequeño va a un colegio donde, en su clase, es el único español, y un tercio de los niños son musulmanes.
Conviene saber que los musulmanes “están de subidón”, se saben mucho más numerosos y construyen cientos de nuevas mezquitas en Europa. Son plenamente conscientes del momento histórico “gozoso” en el que viven, sabiendo que, sin duda, por una cuestión demográfica: el futuro es suyo. Todo se deshace como un azucarillo frente al islam. Ellos tienen 3,5 hijos y, aquí, hay una invasión de perrijos y gatijos.
El islam ya es la religión más practicada en Francia en cuanto al número de fieles. De hecho, los musulmanes ya consideran a Francia como “dar al-harb”.
Así que, cuando hablas con los musulmanes, tienen muy claro que Europa es suya, y solo es una cuestión de tiempo…
No estoy de acuerdo con René Girard, historiador y filósofo. Decía, muy a lo francés, que el éxito del islam no se debe tanto a una revitalización de la espiritualidad, sino más bien a una fuerte relación alérgica a la modernidad, a la globalización occidental: una reacción inmunodefensiva. Y si no hay una reacción como la actual, habrá una mutación.
Tampoco estoy de acuerdo con Higinio Marín, profesor de Antropología Filosófica. Subrayaba unas ideas parecidas: hay una dificultad por parte del islam en asimilar la globalización y la modernización, una dificultad incluso extrema. La revitalización del islam es una reacción contra Occidente.
Aunque en parte tengan “algo” de razón, fallan en la idea central. Así que siento discrepar con ambos autores, pues el islam siempre ha sido el mismo desde el siglo VII; siempre ha estado ahí y siempre, de una u otra forma, por su propia idiosincrasia, no puede cambiar ni pueden hacer otra cosa.
En este ensayo, “Islam y feminismo”, Paloma Hernández ofrece una mirada crítica al denominado «feminismo islámico», un fenómeno que, según la autora, se puede erigir como un vehículo para la expansión del fundamentalismo musulmán en Occidente.
A través de un análisis detallado, Hernández examina cómo este movimiento, impulsado por grupos que se autodenominan «progresistas» de izquierdas, puede ser un medio para introducir la ley de la “sharía” (الشريعة) en Europa. La autora añade muchos datos y ejemplos de tal proceso.
De otra mano, la ensayista salmantina destaca el interesante fenómeno de mujeres jóvenes que, a través de redes sociales, muestran con orgullo su conversión al islam y, paradójicamente, defienden su «libertad individual», adoptando nuevas costumbres y vestimenta. Y ya que medio vivo en Egipto, debo añadir que una mujer musulmana no puede exponerse en redes sociales, y menos maquillada, en fin…
Hernández considera que este «feminismo islámico» actúa como un «caballo de Troya» que facilita la entrada de la ley de la “sharía” en Europa, promoviendo, con el beneplácito y ayuda de los progresistas, la aparición de guetos que desafían los valores fundamentales de las sociedades occidentales.
En resumidas cuentas, y teniendo en cuenta el monumental cambio social y proceso de islamización, se agradece encontrar libros que expliquen el islam, con objeto de poder entender su civilización. Ellos conocen muy bien nuestra cultura e idiomas; nosotros, prácticamente nada de la suya.