Es bien sabido que cualquier noticia puede interpretarse de múltiples formas. Sin embargo, la prensa del Reino Alauí tiende a presentar sistemáticamente a España como la antagonista. Como cabría esperar, los medios de comunicación al servicio del gobierno marroquí transmiten hacia los españoles una notable carga de hostilidad. Podemos decir que nuestros vecinos sufren un primer sesgo: el “sesgo cultural” a la hora de interpretar la realidad.
España ha acogido a cerca de dos millones de ciudadanos marroquíes. Les ofrece oportunidades laborales, acceso a la sanidad, libertad, seguridad, e incluso la posibilidad de obtener la nacionalidad. Todo ello podría retratar a nuestro país como una sociedad abierta y generosa. No obstante, la prensa marroquí enfatiza que se les asignan los trabajos más duros, y por ello, algunos llegan a calificarnos incluso de “racistas”.
Cabe destacar que si un español solicitara la nacionalidad marroquí, difícilmente la obtendría, ya que esta solo se concede si el solicitante tiene un padre marroquí. En este sentido, Marruecos mantiene una política restrictiva que impide a los españoles acceder a esa ciudadanía.
España es también conocida por su generosidad en materia de ayudas sociales, en las que los marroquíes residentes son tratados en igualdad de condiciones que los ciudadanos españoles. Sin embargo, desde ciertos sectores mediáticos marroquíes se interpreta este hecho como motivo de resentimiento por parte de la sociedad española, acusándonos de “odiarles” por beneficiarse de dichas ayudas.
Cualquier noticia positiva relacionada con España parece transformarse, en los medios marroquíes, en una narración negativa. La lógica de “ellos contra nosotros” prevalece.
En nuestro país existen cientos de ONG que prestan apoyo a menores que han llegado de forma irregular. Conozco de primera mano el trabajo de estas entidades: una buena amiga dirige uno de estos centros. La mayoría son organizaciones laicas que ofrecen alojamiento, alimentación y formación a menores hasta los 18 años, y posteriormente, diversos tipos de apoyo y acompañamiento. A pesar de esto, si uno consulta algunos medios árabes, como كيو بوست (20 de agosto de 2018), encontrará acusaciones de que estas ONG proporcionan ayudas escasas y que, además, pretenden adoctrinar a los jóvenes en la religión católica. Estas afirmaciones se repiten con frecuencia, lo que permite entender el origen de ciertos sentimientos de hostilidad.
Esto nos lleva a plantear la existencia de un segundo sesgo: el sesgo de confirmación. Este sesgo lleva a las personas a buscar y recordar únicamente aquella información que refuerza sus creencias preexistentes, en este caso, una visión negativa de España.
La prensa alauí podría fomentar el entendimiento entrevistando a figuras culturales españolas o promoviendo espacios de diálogo. Sin embargo, en lugar de eso, encontramos entrevistas como la realizada a Carles Puigdemont, en la que afirmó que España utilizó armas químicas contra Marruecos en 1927 (ver prensa del 11 de julio de 2022, *Assahifa.com*, periódico de Rabat).
Cabe señalar que España siempre ha negado tal acusación, y de hecho, ni siquiera disponía de este tipo de armamento en esa época. Incluso llegó a acusar a Marruecos de utilizar estas historias con fines propagandísticos.
El punto relevante aquí no es tanto el contenido de la acusación, sino el enfoque que adopta la prensa marroquí, los personajes a los que da voz y los temas que elige amplificar. Dado que muchas de estas noticias están en árabe marroquí, y que pocos españoles estudian ese idioma; pasan completamente desapercibidas para nuestra opinión pública.
En conversaciones recientes con empresarios que han contratado a trabajadores marroquíes e incluso ayudado a traer a sus familias a España, escuché una queja común: la falta de agradecimiento. Esta percepción —aunque generalizable con cautela— podría estar alimentada por una narrativa histórica en la que algunos marroquíes consideran que tienen un derecho histórico sobre parte del territorio español.
Esto genera un dilema curioso: ¿podrían entonces los italianos reivindicar la península ibérica por su pasado romano? ¿O los alemanes por la herencia de suevos, vándalos y godos? ¿Quizá los fenicios reclamarían el Levante español?
Lo llamativo es que, entre todas las culturas que han pasado por nuestra tierra —y no han sido pocas— pareciera que solo los marroquís mantienen tal creencia. Esto refleja cómo el gobierno usa los medios de comunicación y la educación para adoctrinar al pueblo, y como la ideología del gobierno marroquí se cuela hasta en los detalles más sutiles de la memoria colectiva.
Aquí entra en juego un tercer sesgo: el sesgo de autoridad. Muchos ciudadanos marroquíes tienden a confiar ciegamente en las versiones oficiales emitidas por sus líderes, lo cual refuerza una visión única y parcial del mundo.
Que exista una cierta rivalidad entre países es normal. Pero en el caso de Marruecos, parece evidente que hay una estrategia sistemática de educación en el rechazo hacia España. Mientras nuestro país concede becas a estudiantes marroquíes, cursos de igualdad, regala vehículos, financia programas de integración y paga la formación de menores no acompañados, Marruecos destina recursos a armamento que, apunta hacia el norte.
Para terminar, podemos mencionar otro concepto clásico de la psicología social: el del “enemigo común”. Todo régimen autoritario necesita cohesionar a su pueblo, y una fórmula efectiva es señalar a un culpable externo. En este caso, España se convierte en el chivo expiatorio ideal.
Y al final, esto es como tener un vecino que sabemos está envenenado de resentimiento pero sin fundamento alguno.
Lo paradójico es que, en la vida cotidiana, nada parece más natural que compartir una caña o una shisha en la barra de un bar.