Vivimos un tiempo en que la política ha perdido el rostro humano y ha adoptado el perfil sombrío del control. No hablamos ya de un debate de ideas, ni de la lucha noble de proyectos contrapuestos en el ágora pública, sino de un silenciamiento metódico, burocrático, sistemático de cualquier voz disidente.
En apenas unos días, he sido testigo de una cadena de cancelaciones y actos de represión cuyo trazo es inconfundible: los progresistas que gobiernan el Estado. En su forma actual, se desliza hacia formas de coerción más propias de regímenes temerosos que de democracias maduras.
Como decía el recién fallecido —Mario Vargas Llosa: «Se puede medir la salud democrática de un país evaluando la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación.»
La primera señal de este ocaso ha sido la prohibición —impuesta desde la Subdelegación del Gobierno en Madrid— de una manifestación organizada por Núcleo Nacional, una asociación juvenil, deportiva, de corte patriótico.
Contra los que proclaman censurar sin matices, decir que Núcleo Nacional no arrastra ninguna denuncia, no tiene ningún antecedente legal. Su presencia en la esfera pública ha sido marcada por las agresiones que ellos mismos han sufrido por parte de grupos de izquierdas, la última agresión que sufrió Núcleo Nacional fue de un grupo marxista que portaba bates de béisbol incluidos.
Pero no es la inocencia jurídica lo que importa aquí. Lo que importa es la etiqueta: si el sistema decide que tu discurso no es funcional, simplemente te silencia.
A esta lógica de exclusión se suma un episodio que se ha vuelto habitual en el paisaje de la represión moderna: el acoso administrativo y policial contra Alvise Pérez. Un nombre que tiene un discurso antagónico, sí, pero que ha logrado movilizar a cientos de miles de personas —682.000 sólo en su canal de Telegram— con un mensaje centrado en la denuncia de la corrupción.
En su último episodio, le han prohibido una charla en Badajoz, así que optó por darse un paseo por la plaza de Badajoz y hablar con la gente, por el sencillo acto de caminar entre ciudadanos. Ese gesto —humilde, casi socrático— bastó para que la policía nacional interviniera. ¿Cuál es el crimen? ¿Hablar? ¿Tener razón en demasiadas ocasiones? Suena esperpéntico que se presente la Policía Nacional por pasear.
La represión no distingue ya entre lo que se llama derecha y lo que se llama pensamiento alternativo. Los que gobiernan el aparato del Estado han comenzado a extender sus tentáculos hacia terrenos cada vez más simbólicos, más peligrosos por lo que representan.
Otro reciente caso de cancelación bochornoso ha sido el Congreso de Hispanistas, previsto en el Valle de los Caídos. Se trataba de unas jornadas dedicadas al pensamiento, a la historia, a la teología que combinaba a buena parte de los mejores pensadores de la actualidad.
El organizador, presidente de Amigos de la Hispanidad y del Protocolo de Santa Pola Alberto Abascal, preguntó al secretario del Hotel donde se iban a hospedar por la razón de la anulación, la respuesta fue de una transparencia brutal: «Yo sólo cumplo órdenes». No hay mayor oscuridad que la que se disfraza de obediencia.
Alberto Abascal dijo: -oiga, les vamos a dejar más de 30.000€-. La respuesta del secretario del hotel fue la misma: -la anulación viene de arriba-.
Alberto Abascal contestó: -si usted no me dice quién da la orden para cancelarlo yo no pienso anular nada.
Tras mascullar alguna idea, el secretario del Hotel dijo que se cancelaba porque solo aceptan congresos religiosos relacionados con el Valle de los Caídos, y Alberto respondió: ¡Pero si usted no sabe de lo que vamos a hablar en el congreso! Las ponencias todavía no están expuestas al público…
Este es el drama de nuestro tiempo: los guardianes de la corrección se han convertido en carceleros. No solo censuran ideas, sino símbolos. No solo prohíben discursos, sino presencias como ha ocurrido con las jornadas del valle de los caídos. Pero lo más surrealista de todo y que me provoca la sonrisa floja, es el título del congreso de los Hispanistas: Congreso por la libertad de la cultura.
La censura no es una forma de poder, sino de miedo. Miedo a que el pueblo piense. Miedo a que el relato hegemónico se resquebraje bajo el peso de otras narrativas. Miedo a que la verdad, como el agua, se filtre por las grietas del sistema.
En resumidas cuentas “Cuando un Estado teme más a sus ciudadanos que a sus enemigos, se vuelve enemigo de sus ciudadanos” (Pérez del Río, F 2025).
Para terminar, decir que Alvise paseó por Badajoz, Núcleo celebrará su manifestación y Alberto como buen líder, nos ha conjurado a todos para celebrar el congreso por la libertad de la cultura.