Ley de Restauración de la Naturaleza
Ley de Restauración de Naturaleza. Suena magnífico, y uno está tentado de extasiarse con la idea y concluir que, al fin, sería la ley más necesaria de nuestro tiempo.
Olvídenlo, naturalmente, que es solo desolación y ruina disfrazadas de un neopaganismo idiota que da la razón a Chesterton: toda adoración de la Naturaleza acaba haciendo al hombre antinatural.
Hay una arrogancia como de Torre de Babel en eso de escenificar el Día Sexto de la Creación a costa de borrar desde el Neolítico hasta aquí, de certificar por ley que la civilización ha sido un error. No hay virus tan letal como el político jugando a hacer nuevas todas las cosas en el aislamiento urbanita, en la cámara de eco de Bruselas, donde no se ve la desesperación y el hambre.
Qué magnífico sería, en cambio, una verdadera Ley de Restauración de la Naturaleza, centrada, sobre todo, en la naturaleza humana.
Sería la Madre de Todas las Leyes, la ley que acabaría con mil leyes, que aboliría de una tacada ese gigantesco Matrix legislativo en el que vivimos, donde los varones pueden ser mujeres, y viceversa, con solo enunciarlo, donde los hombres son intercambiables como piezas de Lego y carecen de lealtades de grupo, de cultura, de nación, donde se ignora la eficacia de los incentivos, donde los ‘idiomas maternos’ hay que forzarlos, cuando no crearlos, donde el Estado es dios, y Dios está vetado.