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La Ruta de la Seda (I)

La Ruta de la Seda (I)

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Personalmente, la Ruta de la Seda, en adelante la “Ruta”, me resulta muy familiar,  no en vano hasta la fecha la he recorrido cuatro veces. Y espero la ocasión de hacerlo siquiera una vez más antes de terminar mi días. Algunas de estas veces han sido literarias, al menos una vez físicamente, a bordo de un Toyota Land Cruiser HDJ de 6 cilindros, y otras parciales. Como diplomático mis destinos se han escorado sucesivamente hacia el Gran Levante que decían los antiguos. Mi primer puesto fue Praga, un puesto doble ya que también cubría Budapest. Después vinieron Moscú, con jurisdicción compartida en Ulaanbaatar— muy cerca de las desaparecidas Karakoram y Xanadú-, Seúl y Shanghai. Incluso disfruté de un corto periodo en Tokio sustituyendo a un compañero enfermo. Siempre más y más hacia el Este, el orto solar. Ello me granjeó una gran experiencia viajera por distintos escenarios asiáticos. La Ruta siempre me fascinó y abracé el sueño de recorrerla algún día.

Mi primer viaje lo hice en compañía privilegiada, leyendo el Libro de las Maravillas de Micer Marco Polo. Dudo seriamente que Polo pasará de Trebisonda — puerto turco del extremo oriental del mar Negro, colindante con Georgia e Irán — , donde su padre y su tío habían establecido un almacén de intercambio con las caravanas que llegaban con   alfombras, seda, porcelana o sal y partían cargadas con oro y plata, cristal o pieles y cueros. También tengo dudas de que padre y tío llegaran hasta Karakoram en un viaje anterior, la capital mongol  de entonces, aunque se dice tuvieron un centro comercial en Crimea. Aún no se había resuelto el cisma del kuraltai  —asamblea mongol para elegir al Khan — protagonizado por el futuro emperador, Khubilai, y su tío Mongke, una disputa que aún duraría años. Cuando supuestamente aparece Marco por la zona Khubilai se había integrado en la cultura china y recibió al viajero comerciante en Kambalik, luego llamada Beijing, capital del norte en mandarín. Encantado por la simpatía que le inspira Polo lo nombra embajador y lo envía al remoto sureste chino para negociar con sus etnias diversas. Luego, al parecer, hace uso de sus supuestas dotes diplomáticas para negociar con los Sung, que dominaban la China al sur del Yangtsé, para consolidar sus ansias de paz y ocupación tras duras batallas de resultado incierto. El tal Polo ni hablaba mandarín, tampoco mongol ni Urdu, de manera que difícilmente podía desplegar diplomacia. El citado libro de las Maravillas es uno de los mayores bulos de Historia del Medievo, como atestiguan sus contemporáneos… no así la leyenda de Khubilai que se convirtió en emperador de lo que desde los tiempos Confucio se llamaba Zhonguo, el país del centro.

Pero además el pequeño Polo no sabía siquiera escribir. Por eso no es el autor material del libro citado. En 1298 cayó prisionero de la flota genovesa siendo encarcelado en Génova. Compartió calabozo con un tal Rusticello de Pisa, escritor, al que dictó las aventuras y descripciones de sus 14 años de viajes por las tierras del Imperio Mongol, incluyendo su regreso por barco hasta Ormuz acompañando a una princesa destinada al casamiento con el emperador mongol de Persia. Durante varios siglos sus compatriotas lo tacharon de fantasía y lo ignoraron, hasta la invención de la imprenta que lo divulgó ampliamente. Se dice que un ejemplar acompañaba a Colón en sus viajes al Nuevo Mundo.

Leer IL MIGLIONE— conocido también como los Viajes de Marco Polo — redactado en un mal francés es un ejercicio muy aburrido, plagado de descripciones reiterativas de lugares como Hotan o Xian, como si fueran similares. Nada se sabe de cómo y cuándo cruzaron el Techo del Mundo, acaso lo más interesante y arriesgado de la Ruta, sino que pasan de los inhóspitos desiertos persas a Kashgar, capital del trayecto chino, de los desiertos circundantes, sobre todo el Taklamakan, el más extremoso del mundo, y del Gobi, así como el centro estratégico del comercio objeto de la Ruta. Y esto como por arte de magia.

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