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La amable censura de Úrsula Von Der Leyen

La amable censura de Úrsula Von Der Layen

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El propósito de un sistema, señala el analista informático Stafford Beer, es lo que hace.

Es simple, pero se olvida constantemente, hasta el punto de que la democracia moderna de partidos parece basarse en la negación de ese principio de sentido común. El electorado todavía se aferra a los objetivos expresados por sus leyes e instituciones, a la etiqueta, y así, oponerse a la desastrosa ley de violencia de género o a la de “Solo sí es sí” se condena como indiferencia ante el maltrato o el abuso, aun cuando ninguna de las dos ha servido en absoluto para prevenirlos.

Pero el propósito de un sistema es lo que hace. Solo lo que hace. Y la idea de que son cada vez más lesivas para nuestras libertades, para nuestra identidad y para nuestra prosperidad empieza a filtrarse poco a poco en la conciencia de los occidentales pese a un esfuerzo de propaganda oficial como no había conocido la humanidad.

Al final, sí, la propaganda funciona, lo estamos viendo, pero siempre acaba ganando por puntos la realidad, al menos cuando es posible conocerla, entenderla y verbalizarla. Así que el esfuerzo de nuestras élites se concentra ahora en la censura.

Lo ha dicho Úrsula von der Leyen, la presidente de la Unión Europea, en su intervención en la reunión del Foro Económico Mundial en Davos: ni las dos grandes guerras en curso ni la farsa del Cambio Climático son ya la amenaza más acuciante que se cierne sobre el planeta, sino la ‘desinformación’.

Ahora, ¿Quién podría defender la información falsa? Nadie, naturalmente. Pero hay un problema: precisamente en nuestra ‘sociedad abierta’, caracterizada por el relativismo más absoluto, ¿Quién puede decidir qué es la verdad? Si no hay una base real, objetiva, solo queda una respuesta posible: el poder.

Es decir, ‘desinformación’ será todo aquello que se desvíe de la información oficial de las cosas. Y toda la historia nos grita que es precisamente el poder, lo oficial, la instancia más interesada en propalar su versión, la que justifique cada uno de sus desmanes, y que precisamente para impedir esa tiranía se ha consagrado la libertad de información, incluso cuando el riesgo sea ocasionalmente la mentira. Porque, en caso contrario, nos quedaremos con la mentira oficial y única permisible.

Hemos vivido unos años que nos permiten decir sin temor a equivocarnos que la versión oficial ha resultado falsa, y con consecuencias desastrosas. Y que la nueva censura promete construir la tiranía más perfecta que hayamos conocido.

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