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Editorial. El cártel y el cartel de la Semana Santa sevillana

Editorial. El cártel y el cartel de la Semana Santa sevillana

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El cártel y el cartel de la Semana Santa sevillana

Es cursi, es relamido, es kitch, es espantoso. Si de algo estamos seguros es de que Jesús de Nazaret no era así. Para empezar, Jesucristo tenía 33 años y el efebo que aparece en el cartel de la Semana Santa sevillana no debe de pasar de los 15.

Es impensable que el Nazareno se depilara las cejas, pintara los labios, recortara la barba y acicalara la melenita para dejar caer sus peripuestos bucles, a izquierda y derecha, sobre las clavículas. Un poco más, y el autor le pinta las uñas de carmín y le pone un lacito.

El Hombre que entró a látigo en el Templo para barrer de él a los mercaderes no era precisamente un refitolero, ni un adolescente afectado y pendiente de ofrecer una imagen física de recortable más próxima a un carnaval que a una procesión. Ese cartel de la Semana Santa sevillana es un auténtico cromo, y es la antítesis del Jesucristo de la Sábana Santa o del Sudario de Oviedo.

Hay quien dice –las redes sociales han abundado en la tesis, que nosotros nos limitamos a reflejar- que las reminiscencias nada varoniles de ese cartel pudieran sugerir que el lobby de referencia actúa como un cártel. Es posible, más bien, que ese cártel ya no tenga ni que ponerse en marcha porque lleve ya tiempo infestando la conciencia ambiente de los divulgadores y creativos.

No se comprende –insisten las redes- esa obsesión por colonizarlo todo, por feminizarlo todo, por manipular hasta los símbolos religiosos a la media de no se sabe bien qué.

O el autor del cartel ha buscado la notoriedad acudiendo a la provocación, o ignora por completo la figura histórica, el entorno social y la dimensión religiosa de Jesucristo, o simplemente le ha salido una imagen completamente fake. 

Ese cartel es un autentico disparate y un homenaje al mal gusto. Es facilón y al mismo tiempo altamente pretencioso. Ha ofendido a muchos creyentes.

Lo insólito es que, una vez realizado el encargo, no haya habido nadie con el valor suficiente para resolver ese contrato.

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