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Cuando Francia arde

Cuando Francia arde
EFE/EPA/MOHAMMED BADRA

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Ya no cuela

La consigna machacona de estos últimos años ha sido #FollowTheScience, “sigue la Ciencia” (siempre con mayúsculas), lo que no deja de tener su gracia en un momento en que la civilización se hunde entre creencias vudú. La ciencia es el saber obtenido mediante un método empírico, aprendiendo de la experimentación o, si se quiere, de la experiencia.

Por eso llama la atención que, en lo que más importa a nuestras sociedades, hagamos caso omiso de la experiencia ajena, y aun de la propia. Seguimos diciendo que “la diversidad es nuestra fuerza”, que es una declaración de fe, cuando tenemos delante de nuestras narices refutaciones gigantescas y diarias. 

Arde Francia, y Francia es nuestro vecino, no un país remoto con una cultura incomprensible. Arde Francia -ayuntamientos, comercios, comisarías, monumentos, iglesias, bibliotecas- porque lleva décadas admitiendo poblaciones masivas de extranjeros procedentes de culturas muy distintas que ni siquiera se toman la molestia de fingir lealtad alguna por Francia, aunque sí por su sistema de prestaciones sociales. 

El experimento está hecho y, como exige el método científico, replicado hasta la saciedad, siempre con idéntico resultado, comunidades rotas, violencia, fin de la cohesión social. Pero nada de eso cambia el mensaje, nada cambia las leyes ni las estrategias políticas. Vivimos en la ficción de que pisar el suelo de un país y la entrega de un papel convierte mágicamente a la gente en compatriotas. Pero ellos, en cambio, no se engañan ni disimulan, lo que lo hace todo más tragicómico.

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