Tal día como hoy, 10 de octubre de 1830, nacía en Madrid la infanta María Isabel Luisa de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, que reinaría como Isabel II y pasaría a la historia como “la de los tristes destinos”.
Isabel era hija de Fernando VII, que murió cuando la niña tenía tres años. Como el rey Felón no tuvo otra descendencia, hubo que cambiar la ley, que vetaba el trono a las mujeres, para que pudiera ser reina. El episodio provocó la insurrección de su tío Carlos María Isidro y dará lugar a la primera guerra carlista. Mientras Isabel llegaba a la edad adulta, la regencia la iba a desempeñar su madre, María Cristina de Borbón Dos- Sicilias, una mujer de visión política muy limitada que hizo lo que pudo para navegar sobre la oposición encarnizada entre liberales: moderados contra exaltados. Finalmente ganaron los exaltados, que en 1840 provocaron la marcha de María Cristina. Isabel –diez años- quedó sola, sin familia a su lado. La regencia pasó entonces al general Espartero, que impuso un régimen singular: un autoritarismo progresista. Espartero durará sólo tres años, porque enseguida habrá un levantamiento militar de la otra facción liberal. Y serán estos, los moderados, los que atiendan al llamamiento de María Cristina, desde su exilio, para que se adelante la mayoría de edad de Isabel y la reina niña pueda ceñir la corona con sólo 13 años. En ese ínterin aparece en escena un personaje decisivo: Salustiano de Olózaga, progresista, nombrado tutor –en realidad, controlador- de Isabel, a la que acosó sin tregua en un caso claro de abuso psicológico (dejémoslo ahí). Después hubo que casarla, y entonces todo el mundo –literalmente- pudo opinar menos ella: moderados, exaltados, franceses, ingleses, todos jugaron sus cartas. El resultado fue Francisco de Asís de Borbón, primo de Isabel por partida doble y de personalidad lo suficientemente inane como para que nadie se sintiera molesto por su presencia. Nadie menos Isabel, que no lo soportó jamás. Una vida realmente desdichada. Y lo que vino después no sería mucho mejor.
El reinado de Isabel II dio a España el perfil dominante de nuestro siglo XIX: inestabilidad política, influencia determinante del ejército (liberal), banderías de facción, peso enorme de las oligarquías y, al mismo tiempo, desarrollos importantes en vías férreas, industria, infraestructuras, acumulación desequilibrada de capital, etc. La modernización vino estimulada y a la vez deformada por la precariedad política. Isabel sobrevoló todo eso mientras pudo. Acabó refugiándose en sus consejeros religiosos, que, al menos, no iban a abusar de ella. Cuando fue derrocada por la revolución de 1868 tenía solo 38 años. Aún le quedaban casi otros tantos de exilio, que viviría sin interrupción en París hasta el final de sus días, en 1904. Nunca más volvería a España.
Otros hechos:
1505: Tratado de Blois: Fernando el Católico, viudo, pacta con el rey de Francia su matrimonio con Germana de Foix, para neutralizar los planes de su yerno, Felipe el Hermoso.
1856: La reina Isabel II inaugura en Madrid el Teatro de la Zarzuela.