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Los garbanzos

Los garbanzos
El rey Felipe VI (i) recibe en audiencia al presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page (d), durante su ronda de reuniones en el Palacio de la Zarzuela con los líderes autonómicos elegidos tras los comicios del 28 de mayo, este miércoles en Madrid. EFE/ Daniel González

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Los garbanzos

¡Ah, la nómina! Fuera, todo es frío y oscuro. Fuera de la nómina es el llanto y el crujir de dientes.

Emiliano García Page, el eterno amagador, el socialista que frunce el ceño, que es la señal del ‘PSOE bueno’ que tan afanosamente busca Feijóo, habla del infame pacto para romper España en trocitos por unos días más de Falcon y rosas y dice: «Para mí es una tortura tener que pactar con ellos, lo que pasa es que si no queda más remedio, pues evidentemente, es lo que SE TIENE que hacer».

¿Por qué? ¿Por qué se tiene que hacer; por qué hacerse responsable de semejante traición histórica a los que viven, a los que han vivido y a los que vivirán? Por la nómina, naturalmente. Por los benditos garbanzos.

Por dos cosas trabaja el hombre, nos advirtió en su día el Arcipreste de Hita, y las dos las da en risueña abundancia la nómina del PSOE, ese calorcito del despacho y el coche oficial, esa tranquilidad de que te paguen los españoles a los que vas a dejar sin patria.

Porque quizá haya vida en alguna lejana galaxia, de esa de la que se habla tanto últimamente, pero no hay vida fuera de la nómina socialista. Solo penuria, porque, ¿a dónde va a ir un Page, un Vara, que más valga?

¿Los principios? ¡Venga, hombre, que estamos hablando de cosas serias!

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