La revolución comunista que sometió a Rusia a partir de 1917, y la Francesa, son sin duda alguna acontecimientos cruciales que, por lo mismo, han producido muchísima literatura, propaganda, publicidad, defensa o impugnación.
De esa inmensa masa escrita sobresalen incontables historias, favorables o no, porque la parcialidad política determina desde luego la calificación del lector.
El historiador aspira a la narración imparcial, pero el lector pocas veces lo reconoce. Así que un siglo después de los hechos, interpretaciones admirables, que dan lugar a obras fundamentales, todavía suscitan discusiones políticas. Sin embargo, hay dos narraciones incomparables de la Revolución Rusa, que dejan pocas dudas sobre el horror, la inutilidad, la crueldad y la barbarie del comunismo.
Me refiero a La Revolución Rusa 1899-1919, de Richard Pipes, y a La Tragedia de un Pueblo: la Revolución Rusa 1891-1924, de Orlando Figes. De ambas hay excelentes y recomendables ediciones en español.
Hoy quiero referirme a otra obra de Orlando Figes, El Baile de Natacha, una Historia Cultural de Rusia (Barcelona: Edhasa; 2010), cuyo curioso título se refiere a Natacha, la encantadora protagonista de Guerra y Paz, aristocrática jovencita petersburguesa, que de visita al campo baila una danza rural con la mayor naturalidad, lo que da a entender hasta dónde existía una identidad profunda, constitutiva de una nación, a pesar de la inmensa distancia entre las clases sociales, la multitud de pueblos y las contradictorias influencias europeas y asiáticas que a través de los siglos se conjugan en el mayor escenario geográfico del mundo.
En realidad, como dirá el autor, “una cultura es más que una tradición (…) es algo visceral, emocional, distintivo, que forma la personalidad y une a las gentes con un pueblo y un lugar” (pag. 687).
Orlando Figes (1959-), historiador inglés, profesor del Birbeck College, ha dedicado todo su esfuerzo a los temas rusos. Al lado de su monumental historia de la revolución ha escrito esta historia cultural, y Los que susurran, la represión en la Rusia de Stalin.
El Baile de Natacha es tan voluminoso como interesante: 690 páginas de texto, 70 con citas de documentos rusos especialmente, y 36 que recomiendan centenares de estudios específicos, que dan fe del enorme esfuerzo que ha significado el libro, acompañado, además, de pertinente iconografía.
En la historia cultural de Rusia se presenta una oposición fundamental entre el Occidente europeo y cristiano y el inmenso empuje asiático, tribal, primitivo y pagano. Ese contraste dará lugar a un país fascinante y único, plasmado por fuerzas de increíble potencia que siempre han exigido respuestas políticas de la mayor energía, despóticas en general.
Al leer este maravilloso libro echamos de menos los capítulos sobre ciencia, tecnología y deporte, porque los rusos han sido grandes matemáticos e insignes ajedrecistas. Lo mismo podría decirse del apasionante tema religioso, siempre presente en la literatura rusa, pero este, desde luego, exigiría otra obra.
Figes nos conduce a través de historia, folklore, música, pintura, literatura, antes de detenerse en una serie de inmensas figuras, tanto las conocidas universalmente como las que han permanecido vigentes solo en el ámbito propio del país.
Entre los numerosos temas tratados no podría faltar el horror que se vivió bajo el comunismo, de manera que el capítulo 7, “Rusia a través de la lente soviética”, es de especial relieve para quienes vivimos en un país que está siendo llevado hacia la revolución, tanto por la acción malévola del gobierno como por la indolencia —y a veces complicidad— de una clase política tan inepta como indigna, que cifra sus esperanzas en un movimiento electoral espontáneo y pendular que la exonera del necesario esfuerzo para resistir unificada y eficazmente, mientras las instituciones, una a una, son demolidas sistemáticamente.